Desde
la Plaza de Refinadores tenemos que dar un buen salto en el callejero para
encontrar otro tramo de la muralla almohade de Isbiliya. En febrero de 2011 aparecía en la avenida
Menéndez y Pelayo un pequeño tramo de la muralla tras el derribo de un edificio
en la esquina con el Pasaje de Zamora como atestiguan estas imágenes, pero al cabo de
pocos meses la
muralla fue destruida y enterrada en hormigón,
desapareciendo este pequeño trozo de nuestra
historia.
Mejor suerte ha tenido este
otro tramo que se puede ver desde la calle San Esteban y que corre paralelo a
la calle Tintes. De hecho, los edificios que hay entre Menénez y Pelayo y la
calle Tintes se apoyan en un lienzo de muralla de varios metros de longitud que
se conserva en la medianera de estas viviendas. En este punto la muralla
enlazaba con la Puerta
de Carmona a dónde llegaba el acueducto y desde dónde se
distribuía el agua hacia otros puntos de la ciudad.
Tramo de muralla
paralelo a la calle Tintes, en Puerta de Carmona
De nuevo debemos recorrer el
callejero de la ciudad durante varios metros por la calle Muro de los Navarros
(llamada así precisamente por la antigua muralla) para enlazar con lo que fue
la Puerta Osario, actualmente destruida pero de la que se conserva un pequeño
tramo de muralla que durante años sirvió de sustento a una casa derribada en
agosto de 2014.
Tramo de muralla
aparecido en la calle Valle tras el derribo de una casa de la calle Puñonrostro
en agosto de 2014
Desde aquí debemos seguir
por la calle Valle para ver otro trozo de la muralla, en los Jardines del
Valle, donde se conserva un
pequeño tramo que venía por la calle Valle y todo un frente que fue salvado del
derribo cuando hace unas décadas desapareció el Colegio del Sagrado Corazón. La presión vecinal y
ciudadana consiguió que en lugar de construirse bloques de viviendas se
habilitase una pequeña zona verde que conservara la muralla almohade.
Además de la muralla y sus
almenas, se conservan varias torres en el interior del Jardín. Al igual que en
el tramo de la calle Tintes, ningún tipo de información indica al visitante la
importancia de estos restos y su centenaria historia.
El año de 1868 será
recordado en la intrahistoria de Sevilla como la fecha en que desapareció no
sólo gran parte de la muralla que había protegido a la ciudad de invasiones y
riadas, sino cuando se demolieron sin contemplaciones las puertas que aún
quedaban en pie tras el derribo de otras tantas a lo largo de la segunda mitad
del XIX. Poco quedaba del origen islámico de muchas de ellas tras las reformas
renacentistas y barrocas pero sin duda la imagen de Sevilla sería completamente
diferente de haberse conservado puertas como la de Carmona. Siguiendo nuestro
paseo por la Ronda Histórica, construida precisamente tras el derribo de las
murallas como un intento de abrir la ciudad al exterior, llegamos a la iglesia
de San Hermenegildo donde aparecen de nuevo elementos islámicos que nos indican
la presencia de la muralla almohade.
En este punto se encontraba la Puerta de
Córdoba, de la que se conserva una pequeña parte donde según la
leyenda estuvo preso San Hermenegildo, adosada como capilla a la iglesia del
mismo nombre. En el suelo de la plaza que da acceso al templo podemos ver como,
en la última reforma, se adoquinó el suelo dejando a la vista lo que fueron los
muros de la puerta islámica y su acceso en recodo. De nuevo, ni un sólo cartel
indica el sentido de este cambio de pavimento.
Y llegamos a la muralla de la Macarena, la que todos
conocemos y la que aparece siempre en las postales de la ciudad. Atribuida
durante muchos años a época romana, el material con que fue construida y su
ubicación, tan lejos de la ciudad romana imperial, demostraron que esta muralla
no podía ser otra que la almohade, construida en la segunda mitad del siglo XII
para defender en flanco norte de la ciudad.
Cuando se construye la muralla, los almohades previeron el posible crecimiento de Isbiliya y no sólo se cercó la ciudad consolidada, sino que se añadieron varios miles de metros cuadrados más para futuras ampliaciones y que, además, servían como zona de cultivo. De esta manera, en caso de asedio, la ciudad se autoabastecía desde el interior sin necesitar los campos extramuros.
Cuando se construye la muralla, los almohades previeron el posible crecimiento de Isbiliya y no sólo se cercó la ciudad consolidada, sino que se añadieron varios miles de metros cuadrados más para futuras ampliaciones y que, además, servían como zona de cultivo. De esta manera, en caso de asedio, la ciudad se autoabastecía desde el interior sin necesitar los campos extramuros.
Durante el derribo de
finales del XIX esta zona quedó intacta ya que los planes de expansión de la
ciudad apuntaban hacia el sur y el este, dejando la zona norte, donde estaba el
Hospital de las Cinco Llagas sin urbanizar. En 1911 se abrieron dos huecos para
favorecer el tránsito entre la zona norte del casco histórico y el exterior de
la ciudad. Esto provocó la queja de la Real Academia de la Historia de Sevilla
que intentó evitar, sin éxito, la destrucción de parte del lienzo de la
muralla. La protesta fue en vano y se hicieron los agujeros facilitando el
tráfico, pero dañando para siempre el único tramo que se había conservado
intacto desde el siglo XII.
Puerta que se
abrió en 1911 en la muralla de la Macarena.
Además de la muralla, la
barbacana y el foso intermedio, se han conservado un buen número de torres en
esta parte de la ciudad, destacando por encima de todas la conocida como Torre Blanca por su robustez y mayor tamaño.
El
aspecto general de la muralla de la Macarena, sin ser malo, se podría mejorar
con pequeñas pinceladas. La última gran
restauración se realizó en los años ochenta para salvar el monumento de la
ruina, pero desde entonces, salvo actuaciones puntuales, poco se ha hecho por
poner en valor la muralla. Una mejor iluminación, la limpieza de sus paramentos
y la visita a su interior deberían ser una prioridad patrimonial para el
Ayuntamiento habida cuenta de la importancia del monumento. Un paseo por
ciudades como Lugo, Barcelona, Salamanca o Ávila serviría de ejemplo para
comprobar cómo sacarle el máximo partido a un monumento que es parte de la
identidad de la ciudad.
Al igual que lo es la Puerta
de la Macarena, la única junto con el Arco del Postigo que se conservó. El valor sentimental de este
acceso lo salvó de la piqueta y lo convirtió en el mejor testigo del rico y
variado conjunto de puertas que tuvo Sevilla. La fisonomía actual del Arco de
la Macarena no es ni mucho menos almohade ya que en el siglo XVIII la puerta de Bab al Makrin fue dotada de todo un repertorio clásico formado
por pilastras y elementos decorativos barrocos. Nada queda por tanto del
primitivo acceso en recodo pero sí del alma del edificio, que sigue siendo
islámico en su interior.
Culminamos aquí el largo
paseo por el tramo mejor conservado de la muralla almohade con la esperanza de
que algún día se cumpla la promesa municipal de poner realmente en valor el
monumento para que los ciudadanos podamos recorrer su barbacana y visitar sus
torres.
La próxima y última entrega tratará
sobre los restos de la muralla que recorrían el tramo más conflictivo de la
ciudad, el paralelo al río Guadalquivir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario