jueves, 12 de marzo de 2020

Crónicas urbanas: Centro Arqueológico de San Juan de Aznalfarache


Nada más salir del ascensor que comunica la estación de Metro 'San Juan Bajo' con la Barriada del Monumento, un sillar de piedra y una plancha metálica que indica por dónde pasaba la muralla romana del municipio te da la bienvenida. Hacía mucho tiempo que tenía ganas de conocer el Centro Arqueológico de San Juan de Aznalfarache, construido tras la aparición de diferentes estructuras turdetanas, romanas e islámicas durante las obras de la Línea 1 del Metro.


El estudio de Arquitectura Campos Alcaide fue el encargado de levantar el edificio que iba a acoger estos restos, dotándolos de un sentido museológico que permitiera al visitante conocer el pasado milenario de San Juan. El edificio se divide en dos volúmenes a nivel de calle atravesados por un desfiladero que rememora la vaguada que dividió históricamente los dos cerros que conforman San Juan de Aznalfarache. Puerta de acceso a la ciudad de Sevilla, este privilegiado punto se convirtió rápidamente en un recinto fortificado desde el que proteger el camino y controlar el comercio que se extendía por el río Guadalquivir.


Los restos aparecidos se remontan al período Turdetano, en torno al siglo III a.C., cuando en este emplazamiento se ubicaría el oppidum de Osset. De este época se conserva parte de un lagar que evidenciaría la temprana relación comercial del aljarafe sevillano con otros puntos del Mediterráneo a través del famoso Lago Ligustino. A los pies del cerro de San Juan se ubicaría un puerto comercial que ya en época romana alcanzará cierta vitalidad y que estaría relacionado con el cercano puerto de Hispalis.


El Centro Arqueológico conserva restos arquitectónicos de tres períodos distintos, el Turdetano (siglo III a.C.), el romano (con parte del foro de la ciudad Osset Iulia Constantia) y almohade, cuando en esta zona se construye una gran muralla con su correspondiente puerta de acceso para controlar el trasiego que iba y venía de Isbiliya.



El edificio hace de la diafanidad su gran virtud, con apenas apoyos para facilitar la conservación de los restos y permitir la mejor visión al visitante a través de las pasarelas. El hecho de colocar las pasarelas en el aire y con suelo de rejilla permite observar los elementos que quedan debajo, algo evidente en un yacimiento arqueológico, pero que no siempre se cumple.

    Muros que sostenían la puerta principal de la fortaleza almohade 

La visita comienza con dos audiovisuales que ponen al visitante en situación. El primero hace un recorrido por la evolución del lugar, narrando la aparición de los restos y su posterior musealización mientras que el segundo se detiene más en la historia de San Juan de Aznalfarache y cómo ha ido variando su fisonomía con el paso de los siglos. Los primeros restos de envergadura son la gran puerta de acceso a la ciudad islámica, Hins-al-Faray, una alcazaba remodelada en época almohade por el califa Abu Yusuf al Mansor, que se asienta sobre una construcción anterior de época taifa, cuando los reyes sevillanos levantaron en esta zona una residencia palatina.

Vista general de los restos almohades desde el interior de la ciudad de Hins-al-Faray

Como en todo yacimiento arqueológico, los restos aparecidos sirven para dar a conocer el día a día de la gente que pobló la zona excavada. No sólo las tumbas proporcionan una interesante información sobre enfermedades o el tipo de alimentación, sino que diferentes objetos como joyas, utensilios o sandalias nos hablan de cómo vivían nuestros antepasados. En San Juan de Aznalfarache además de una importante necrópolis islámica se ha encontrado un variado repertorio de objetos como ánforas para el transporte del vino y el aceite o restos arquitectónicos y decorativos del foro imperial romano, que estuvo ubicado también en esta zona.


La ciudad romana de Osset Iulia Constantia llegó a tener una gran vitalidad comercial como atestigua el hecho de que acuñara su propia moneda y que hayan aparecido restos de villae domus, las residencias de los ricos comerciantes. Tras la conquista romana, el asentamiento turdetano primitivo no sólo se mantuvo, sino que sirvió de base para la ampliación de la ciudad, que se extendió hacia el otro cerro que conformaba el núcleo de la ciudad. Se puede diferenciar, por tanto, una vetus urbs y una nova urbs, como ocurre en Itálica.

Fragmento de mosaico aparecido en una villa romana en otra zona de San Juan 

Muralla de tapial de época almohade (siglo XII) 

De época romana apenas se conservan restos de relevancia ya que los grandes muros de tapial que se pueden ver son del período almohade, pero sí que han aparecido algunos muros de piedra y una interesante alberca que formarían parte del foro, la plaza central de toda urbe romana donde se concentraban los edificios más importantes (templos, curia, basílica). Poco se sabe de estos edificios pero sí que se ha podido documentar que la ciudad islámica se superpuso a la romana, reutilizando sus estructuras e intensificando el uso de este privilegiado enclave.

Alberca ubicada en el centro de la plaza del foro romano de Osset Iulia Constantia


La visita al centro arqueológico de San Juan de Aznalfarache se hace amena y entretenida gracias al material didáctico empleado. Sin duda, un gran atractivo para la ciudad que permite dar a conocer un importante pedazo de nuestra historia, en ocasiones demasiado centrada en la metrópolis a pesar del importante papel que jugaron las ciudades que tenía alrededor.

Imagen que muestra la superposición de épocas. Muros almohades (siglo XII) sobre el foro romano (ss. I-II d.C.)

El Centro Arqueológico de San Juan se puede visitar, durante este mes de julio, los martes y jueves de 10 a 13 horas. En agosto estará cerrado para recuperar su horario habitual en septiembre.

Puerta de Marchena del Alcázar de Sevilla


En julio de 2013 se presentó la restauración de la puerta de Marchena de los Reales Alcázares de Sevilla. Este elemento arquitectónico perteneció al palacio que el duque de Arcos poseía en la localidad sevillana y que posteriormente, ya en el siglo XVII, pasó a manos del Ducado de Osuna. Su construcción se remonta a finales del siglo XV, en época de los Reyes Católicos, y parte de la decoración (como las dos figuras que sostienen los escudos nobiliarios de la familia) se atribuye a Esteban Jamete, siendo labrada ya en el siglo XVI.



La portada llega a Sevilla gracias a la intervención del rey Alfonso XIII, que la compra en 1913 y decide instalarla en el Alcázar sevillano para comunicar esta parte de los jardines con el palacio Gótico. La destrucción del palacio de Marchena viene aparejada a la ruina económica de la familia ducal de Osuna que, a finales del siglo XIX cayó completamente en desgracia, acumulando unas deudas insalvables. Todo su patrimonio (tanto mueble como inmueble) fue expoliado y vendido al mejor postor. 



En 2013 también se restauró el frontal del Palacio Gótico que da al Jardín del Crucero, obra de Sebastián van der Borcht. Esta fachada, así como la nueva composición del patio, se lleva a cabo tras el terremoto de Lisboa de 1755, ante el peligro de derrumbe que existía en esta zona del edificio, de las más antiguas. Van der Borcht construye esta soberbia fachada y le da una nueva configuración al patio delantero, eliminándose el crucero con arriates que existían desde época medieval. La estructura de este espacio es sumamente interesante ya que debajo del paseo central se hallan los baños de doña María de Padilla. Hasta el siglo XVIII estos baños estaban cubiertos por las bóvedas de crucerías que podemos ver hoy en día pero los laterales estaban a cielo abierto, decorados con pinturas murales y plantas aromáticas. Con la remodelación de Van der Borcht, lo que antes estaba al aire libre quedó cubierto, creando el criptopórtico que vemos hoy. Esta actuación ha creado serios problemas de humedad en la parte inferior que han hecho desaparecer prácticamente las pinturas murales.


ALGUNOS DATOS MÁS SOBRE ESTA MAGNÍFICA PORTADA

La portada de estilo gótico final que hoy hermosea los jardines del Alcázar sevillano procede de Marchena, concretamente del palacio Ducal cuya Plaza de Armas es hoy la marchenera Plaza Ducal[1]. Allí estuvo ubicado el palacio de los Duques de Arcos y posteriormente propiedad del Duque de Osuna a partir del S. XVII. La obra pertenece a la época de los Reyes Católicos, siendo un ejemplar interesante de dicho estilo con decoración gótica y elementos renacentistas abundando los motivos heráldicos. Se puede fechar sobre el año 1492 y se podría asignar a la producción del artista Juan Guas tanto por motivos estilísticos como por la relación de este arquitecto con los linajes propietarios del palacio. La portada, que no daba acceso a ninguna estancia de la casa sino a un patio apeadero, sufrió una modificación en la década de los años 1540 añadiéndose la reja de la parte superior y las figuras de salvajes que portan escudos con armas heráldicas señalando el nuevo linaje propietario del señorío.

La portada, en palabras de Juan Luis Ravé, sigue en su composición las estructuras típicas del mudéjar civil caracterizado por líneas verticales que enmarcan la portada, vano adintelado para el acceso, aparición de alfiz, decoración profusa propia del estilo y remates en cornisa que sigue las plantas de los retablos góticos de batea. Se estructura con pináculos laterales y dos figuras de salvajes en las jambas que sostienen sendos escudos heráldicos con las armas de los Ponce de León el de la izquierda y de los Figueroa y Fernández de Córdoba el de la derecha. El autor de estas esculturas es Esteban Jamete y se pueden fechar en torno a 1544. La puerta, sobre la que aparece un león, es adintelada y se remata con un arco conopial sobre el que se coloca un antepecho calado[2]. De nuevo aparecen en la parte superior motivos heráldicos: un águila y un león en el remate de loa pináculos, “símbolos que aluden a los ideales de la institución señorial: poder terrenal y altura espiritual”[3]. También aparecen de nuevo escudos heráldicos que llevan las armas de los Ponce de León y del linaje de los Pacheco. Para el profesor Morales este detalle hace pensar que tal vez la portada se hiciese durante la minoría de edad de don Rodrigo Ponce de León, primer Duque de Arcos, dado que su abuela paterna y tutora era doña Beatriz Pacheco cuyas armas aparecen en la portada[4].

Fue colocada en este lugar en el verano del año 1913 por deseo del rey Alfonso XIII cuando desapareció el palacio Ducal. El arquitecto que dirigió está empresa fue don Vicente Traver y Tomás. La puerta de Marchena fue despiezada "in situ" y montada de nuevo en los jardines del Alcázar para comunicar la llamada Huerta del Retiro con el jardín de la China. La puerta fue adosada a la Torre del Enlace y adquirida con su peculio particular por S. M. el rey Alfonso XIII en la subasta de los bienes de la Casa Ducal de Osuna siendo comprada en su nombre por don Benigno Vega Inclán y Fratel, Marqués de Vega Inclán, académico de la Historia y gran especialista en jardines[5]. La puerta costó en total 8.850 pesetas incluidos los gastos de desmontaje y embalaje.

El palacio de los Duques de Arcos ocupaba el sector urbano más emblemático de Marchena, frente al Ayuntamiento, encontrándose hoy en su lugar un bloque de viviendas. “ La portada venía a cumplir en el conjunto de la alcazaba una doble función: separar el área pública del castillo del área privada y darle de una entrada representativa”[6].

Tras la muerte el dos de junio de 1882 de don Mariano Téllez Girón, Duque de Osuna, con unas deudas que sumaban los 43 millones de pesetas los acreedores se lanzan como aves de rapiña sobre uno de los mayores patrimonios nobiliarias que aún quedaban en España. Los prestamistas toman lo que pueden pues la quiebra era total. Ahí comienza el expolio del palacio ducal puesto en manos de anticuarios y comerciantes y hasta sus piedras y mármoles se emplean para edificar casas en la localidad. Del palacio, que tuvo tres plantas con una gran portada barroca y entre sus muros tapices de Rubens y cuadros de El Greco y de Ribera e incluso albergó dos conventos no quedó piedra sobre piedra y hoy día solo conservamos el apeadero, patio de carruajes, parte de murallas y la puerta del Tiro de Santa María. La portada estuvo a punto de salir de España pero el buen criterio del Rey lo impidió al comprarla para su alcázar sevillano. El magnate de la prensa norteamericano Willian Randolph Hearst intentó comprar para su castillo la portada en 1912 pero el Rey ejercicio el derecho de retracto en nombre del Estado español por mediación del Marqués de la Vega Inclán como hemos indicado anteriormente. Aunque no llegó a llevarse la portada si que logró hacerse con dos artesonados, localizados en su castillo californiano de San Simeón por el profesor de la Escuela de Arquitectura de Madrid don José Miguel Merino de Cáceres. Dicho castillo es hoy día todo un museo, contando con obras de artes de todas las épocas y entre ellas 87 artesonados procedentes de España. La portada principal de su castillo es una reproducción de la puerta marchenera que no logró llevarse. Los artesanados y frisos que hoy tiene la escalera que da al patio de la llamada Casa de la Condesa de Lebrija provienen también del mismo palacio marchenero, según la propia doña Regla Manjón afirma.


NOTAS:
[1] El estudio más completo sobre esta portada se puede ver en el capítulo que le dedica Juan Luis Ravé dentro del libro publicado por el Ayuntamiento de Marchena que recoge las Actas de las V Jornadas sobre Hª de Marchena, en su Volumen V.
[2] El gran arco conopial de esta portada guarda grandes similitudes con los de las iglesias vallisoletanas de San Pablo y San Gregorio.
[3] RAVÉ, Juan Luis: op cit pag 126
[4] MORALES, Alfredo: El Real Alcázar de Sevilla. Editorial Scala 1999. Pag 118
[5] El Marqués de Vega Inclán, vallisoletano de nacimiento, fue director de la Comisaría Regia del Turismo con Alfonso XIII, antecedente del actual Ministerio, y bajo su mandato se reurbanizó el barrio de Santa Cruz y se añadieron en los jardines del Alcázar la llamada Huerta de Retiro.
[6] RAVÉ PRIETO, Juan Luis: Actas de las V Jornadas sobre Historia de Marchena. Volumen V. Ayuntamiento de Marchena. Marchena, 2000. Pag 125


El antiguo acceso al Alcázar (siglo XI)


La apertura de la actual calle Joaquín Romero Murube (antigua Alcazaba) en 1961 permitió recuperar la muralla y torres del primitivo Alcázar de época taifa. En uno de los tramos del muro, el más cercano a la Plaza de la Alianza (bello nombre que a punto estuvo de desaparecer) nos encontramos una puerta cegada, medio hundida entre la maleza. Se trata del primitivo acceso al recinto fortificado construido en el siglo XI, más cerca del barrio de Santa Cruz que el actual alcázar cristiano que se visita desde la Plaza del Triunfo.


Retazos de la historia de la ciudad que podemos completar con la visita al Foro de la Biodiversidad, institución que el CSIC puso en marcha hace unos meses en una de las casas del Patio de Banderas, en concreto en el número 16. La sorpresa nos la llevamos cuando a través de un angosto pasillo desembocamos en lo que actualmente es el salón de actos del edificio.


Y allí nos la encontramos, majestuosa, imponente, la primitiva puerta del alcázar taifa construido en el siglo XI. Lo que vemos es justo la parte interior de esa puerta cubierta por la maleza de la calle Romero Murube. En el interior de este edificio de 1876 podemos disfrutar de parte del acceso en recodo que formaba el acceso al recinto palaciego. Los musulmanes no solían construir las puertas a eje con el interior del edificio, siempre había que sobrepasar varios quiebros para impedir y dificultar el asedio. Por ello, una vez cruzábamos la puerta que se conserva nos encontrábamos un primer vestíbulo abierto en el que debíamos girar a la derecha para poder entrar al Alcázar. Esto posibilitaba la defensa en caso de asedio ya que desde los altos muros se podía mermar al ejército invasor, que se veía obligado a pasar por un reducido acceso y se encontraba con un muro que le obligaba a perder tiempo en derribar una segunda puerta, tiempo que los defensores utilizaban para contraatacar desde arriba.


La puerta conserva el arco de herradura exterior, el interior se ha perdido mostrando únicamente el arranque del mismo. Llama poderosamente la atención el muro, construido a base de piedra y argamasa, nada que ver con los lienzos de tapial de la muralla de la Macarena, de época almohade (siglo XII). Precisamente fueron los almohades los que cegaron este acceso, trasladando la puerta principal hacia Puerta de Jerez (arco de San Miguel y calle Miguel Mañara).





Los dos agujeros que vemos en la parte superior se utilizaban en caso de asedio, lanzando por ellos aceite hirviendo contra los atacantes.



La espectacular visita culmina con esta maqueta donde podemos contemplar cómo era la puerta en el siglo XI, con su juego de quiebros y su sistema defensivo.





Sin duda otro ejemplo más de la Sevilla oculta, esa Sevilla que, por desconocida, nos asombra todavía más y que no sólo nos muestra su riqueza histórica, sino que nos da una idea de las posibilidades que tiene de cara al turismo cultural y patrimonial.


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lunes, 9 de marzo de 2020

V. La Defensa contra el Río


Pavimento que indica la presencia de la muralla en la calle Lumbreras 

La muralla de Isbiliya no tuvo únicamente una función defensiva contra los ataques de los invasores del norte (castellanos) y del sur (sublevaciones contra la dinastía almohade) sino que jugó un papel fundamental en la protección de la ciudad contra la continuas riadas del río Guadalquivir y sus principales afluentes, el Tamarguillo y el Tagarete. Por ello, el tramo de muralla que discurría paralelo al río por la actual calle Torneo fue constantemente embestido por el agua y necesitado de continuas reparaciones.


Muralla de la calle Goles 

Quizás éste sea el sector en el que menos restos monumentales hayan pervivido. En diferentes obras realizadas a lo largo de las últimas décadas han aparecido los restos de hasta tres fragmentos de la muralla almohade que, a pesar de seguir enterrados a día de hoy, han sido distinguidos en la superficie para marcar su ubicación: la Puerta de la Barqueta, junto al Parque de los Perdigones, el muro de la calle Lumbreras y la Pueta de Triana. Precisamente, en la zona de la Puerta de San Juan (entre las calles Lumbreras y antigua Guadalquivir) apareció hace unos años todo un barrio, el conocido como San Juan de Acre, durante las obras de construcción de un polideportivo. Lamentablemente el barrio fue documentado y posteriormente destruido para construir el aparcamiento subterráneo del centro deportivo.


Mejor suerte tuvo el lienzo de la calle Goles, apenas unos metros de fábrica de ladrillo y tapial que han sido recientemente restaurados por la Gerencia de Urbanismo y que gozan de un magnífico estado de salud tras años de abandono. Este tramo indica a la perfección cómo el callejero de la ciudad ha utilizado la muralla bien para apoyar los nuevos edificios o bien para disponer calles en donde antes había muro.


La muralla de la calle Goles (embutida en parte en algunas casas) llegaba a la Puerta Real, de la que apenas se conserva un trozo pero dónde podemos ver varios detalles interesantes como el azulejo que recrea el aspecto de esta puerta antes de su derribo en 1864.

Restos de la Puerta Real en la calle Alfonso XII

También podemos ver una placa de mármol que hace referencia al rey Felipe II que hizo su entrada en la ciudad precisamente por esta puerta (de ahí su nombre) rompiendo la tradición de sus antepasados que llegaban a la ciudad por el norte, haciendo noche en el monasterio de San Jerónimo para después entrar a la ciudad por la Puerta de la Macarena y recorrer la calle San Luis hacia el corazón de la ciudad. Además, en estas imágenes podemos discernir el recrecido que se hizo de la muralla en el siglo XVI para adecuarse al nuevo nivel de la calle. En la parte inferior se observa el tapial con las primitivas almenas y por encima el recrecido, construido en ladrillo y con un nuevo sistema defensivo. Esta zona de la ciudad se caracterizaba por ser muy inestable ya que al otro lado de la muralla se encontraba un muladar, un estercolero que llegó a alcanzar varios metros de altura. En el siglo XVI Hernando Colón, hijo del descubridor de América, levantó en este espacio su propio palacio, una espectacular mansión renacentista que se construyó sobre el muladar una vez aplanado. Sin embargo, poco tiempo aguantaría en pie el palacio ya que la riada de 1603 hizo que la inestable tierra se moviera y se viniera abajo el edificio. Unos años más tarde se levantaría aquí el convento de San Laureano que aún se conserva en parte.


Nuestro recorrido debe hacer un alto en el camino en el famoso puente de barcas, el puente que construyeron los almohades para comunicar la ciudad con el arrabal de Triana. Este acceso a la ciudad, que tendría su propia puerta en la zona donde confluyen las calles Reyes Católicos y San Pablo, se protegería con una gran alcazaba que hoy conocemos como castillo de San Jorge y que formaba parte del sistema defensivo de la ciudad, una red de fortalezas y murallas que tenía su primer bastión en Hins al Faray (San Juan de Aznalfarache).


En el interior del Centro de Interpretación del Castillo encontramos toda la información necesaria para hacernos una idea de cómo fue esta potente construcción levantada en el siglo XII para defender la ciudad de los ataques castellanos y que tras la creación de la Inquisición se convirtió en su temible sede.

Barbacana de la alcazaba islámica que la protegía de las crecidas del río 

Entre el material gráfico que documenta la visita encontramos varias imágenes de cómo fue este castillo y su evolución con el paso de los siglos.


Regresando a Sevilla recuperamos el recorrido en la Puerta de Triana cuyos restos aparecen marcados en el pavimento de la calle San Pablo. Desde aquí el muro continuaba por la calle Zaragoza (en la Casa de los Leones se conserva un pequeño tramo) para seguir por la calle Castelar hasta la Puerta del Arenal, que estaba en la calle Arfe. El siguiente hito que nos encontramos es el Postigo del Aceite construido en 1107. De su origen islámico como Bad al Qatay (puerta de Barcos) sólo queda el armazón ya que entre 1572 y 1573 fue profundamente remodelada por Benvenuto Tortello para darle su aspecto actual, con el escudo de la ciudad en su parte interior.

La salvación de esta puerta se debe a la lentitud de la justicia, a la que por una vez, debemos agradecer su demora. Cuando en el año 1866 el Ayuntamiento ordenó el derribo de la puerta, su legítimo dueño, el duque de Medinaceli, se negó a obedecer la orden y comenzó un pleito contra el Ayuntamiento que se alargaría durante años. Pasaron los años, los pleitos continuaron y la puerta se salvó dejando para la posterioridad una estampa similar a la que podemos ver en grabados de los siglos XVI y XVII.

Esta puerta estaba unida a un tramo de muralla, el que venía por la calle Arfe, del que a su vez partía un lienzo secundario que llegaba hasta la mezquita aljama y que aún podemos ver en la Plaza del Cabildo donde milagrosamente se salvó este trozo de muro tras los derribos acometidos durante las primeras décadas del siglo XX con motivo de la construcción de la Avenida de la Constitución.
Lienzo de muralla almohade en la Plaza del Cabildo 

Hacia el otro lado del Postigo del Aceite la muralla prosigue paralela al río sirviendo como apoyo de las Atarazanas de Alfonso X el Sabio, cuyas arcadas se apoyan en el muro del siglo XII y dónde aún es posible ver los restos de algún torreón. Este tramo de la muralla es visible también desde las viviendas y comercios de la calle Tomás de Ibarra, que tienen como pared de fondo el espectacular muro de tapial almohade.

El recorrido llega a su final precisamente donde empezamos, en la calle Santander, donde estaba el Postigo del Carbón, otro de los accesos secundarios a la ciudad almohade y que también fue víctima de la piqueta decimonónica.

Con este quinto reportaje culminamos el especial que le hemos querido dedicar desde Cultura de Sevilla a las murallas de la ciudad. Mucho se ha escrito sobre las puertas derribadas, pero no es tan frecuente prestar atención a los fragmentos que seguimos conservando. Con estos reportajes hemos querido ponerlos en valor y animar a los lectores a conocerlos y disfrutar de ellos. Por último, no podemos dejar de solicitar a la administración correspondiente que se dote a todos estos lienzos de muralla de una cartelería que explique lo que son y contribuya a su reconocimiento. La necesidad de restaurar algunos tramos es evidente, pero también lo es dar a conocer qué son estos muros diseminados por la ciudad y su importancia histórica.


Ver 'Las murallas de Sevilla (I): El Puerto almohade' (enlace)
Ver 'Las murallas de Sevilla (II): El Real Alcázar' (
enlace)
Ver 'Las murallas de Sevilla (III): El Callejón del Agua' (
enlace)
Ver 'Las murallas de Sevilla (IV): la Ronda Histórica' (enlace)

Y gracias de nuevo a Antonio Arteaga por su colaboración y ayuda en estos reportajes.

IV. La Ronda Histórica

Restos de la muralla en la calle Menéndez y Pelayo antes de su destrucción en 2011

Desde la Plaza de Refinadores tenemos que dar un buen salto en el callejero para encontrar otro tramo de la muralla almohade de Isbiliya. En febrero de 2011 aparecía en la avenida Menéndez y Pelayo un pequeño tramo de la muralla tras el derribo de un edificio en la esquina con el Pasaje de Zamora como atestiguan estas imágenes, pero al cabo de pocos meses la muralla fue destruida y enterrada en hormigón, desapareciendo este pequeño trozo de nuestra historia.




Mejor suerte ha tenido este otro tramo que se puede ver desde la calle San Esteban y que corre paralelo a la calle Tintes. De hecho, los edificios que hay entre Menénez y Pelayo y la calle Tintes se apoyan en un lienzo de muralla de varios metros de longitud que se conserva en la medianera de estas viviendas. En este punto la muralla enlazaba con la Puerta de Carmona a dónde llegaba el acueducto y desde dónde se distribuía el agua hacia otros puntos de la ciudad.

Tramo de muralla paralelo a la calle Tintes, en Puerta de Carmona

De nuevo debemos recorrer el callejero de la ciudad durante varios metros por la calle Muro de los Navarros (llamada así precisamente por la antigua muralla) para enlazar con lo que fue la Puerta Osario, actualmente destruida pero de la que se conserva un pequeño tramo de muralla que durante años sirvió de sustento a una casa derribada en agosto de 2014.

Tramo de muralla aparecido en la calle Valle tras el derribo de una casa de la calle Puñonrostro en agosto de 2014


Desde aquí debemos seguir por la calle Valle para ver otro trozo de la muralla, en los Jardines del Valle, donde se conserva un pequeño tramo que venía por la calle Valle y todo un frente que fue salvado del derribo cuando hace unas décadas desapareció el Colegio del Sagrado CorazónLa presión vecinal y ciudadana consiguió que en lugar de construirse bloques de viviendas se habilitase una pequeña zona verde que conservara la muralla almohade.






Además de la muralla y sus almenas, se conservan varias torres en el interior del Jardín. Al igual que en el tramo de la calle Tintes, ningún tipo de información indica al visitante la importancia de estos restos y su centenaria historia.




El año de 1868 será recordado en la intrahistoria de Sevilla como la fecha en que desapareció no sólo gran parte de la muralla que había protegido a la ciudad de invasiones y riadas, sino cuando se demolieron sin contemplaciones las puertas que aún quedaban en pie tras el derribo de otras tantas a lo largo de la segunda mitad del XIX. Poco quedaba del origen islámico de muchas de ellas tras las reformas renacentistas y barrocas pero sin duda la imagen de Sevilla sería completamente diferente de haberse conservado puertas como la de Carmona. Siguiendo nuestro paseo por la Ronda Histórica, construida precisamente tras el derribo de las murallas como un intento de abrir la ciudad al exterior, llegamos a la iglesia de San Hermenegildo donde aparecen de nuevo elementos islámicos que nos indican la presencia de la muralla almohade. 

En este punto se encontraba la Puerta de Córdoba, de la que se conserva una pequeña parte donde según la leyenda estuvo preso San Hermenegildo, adosada como capilla a la iglesia del mismo nombre. En el suelo de la plaza que da acceso al templo podemos ver como, en la última reforma, se adoquinó el suelo dejando a la vista lo que fueron los muros de la puerta islámica y su acceso en recodo. De nuevo, ni un sólo cartel indica el sentido de este cambio de pavimento.





Y llegamos a la muralla de la Macarena, la que todos conocemos y la que aparece siempre en las postales de la ciudad. Atribuida durante muchos años a época romana, el material con que fue construida y su ubicación, tan lejos de la ciudad romana imperial, demostraron que esta muralla no podía ser otra que la almohade, construida en la segunda mitad del siglo XII para defender en flanco norte de la ciudad.



Cuando se construye la muralla, los almohades previeron el posible crecimiento de Isbiliya y no sólo se cercó la ciudad consolidada, sino que se añadieron varios miles de metros cuadrados más para futuras ampliaciones y que, además, servían como zona de cultivo. De esta manera, en caso de asedio, la ciudad se autoabastecía desde el interior sin necesitar los campos extramuros. 






Durante el derribo de finales del XIX esta zona quedó intacta ya que los planes de expansión de la ciudad apuntaban hacia el sur y el este, dejando la zona norte, donde estaba el Hospital de las Cinco Llagas sin urbanizar. En 1911 se abrieron dos huecos para favorecer el tránsito entre la zona norte del casco histórico y el exterior de la ciudad. Esto provocó la queja de la Real Academia de la Historia de Sevilla que intentó evitar, sin éxito, la destrucción de parte del lienzo de la muralla. La protesta fue en vano y se hicieron los agujeros facilitando el tráfico, pero dañando para siempre el único tramo que se había conservado intacto desde el siglo XII.

Puerta que se abrió en 1911 en la muralla de la Macarena.

Además de la muralla, la barbacana y el foso intermedio, se han conservado un buen número de torres en esta parte de la ciudad, destacando por encima de todas la conocida como Torre Blanca por su robustez y mayor tamaño.




El aspecto general de la muralla de la Macarena, sin ser malo, se podría mejorar con pequeñas pinceladas. La última gran restauración se realizó en los años ochenta para salvar el monumento de la ruina, pero desde entonces, salvo actuaciones puntuales, poco se ha hecho por poner en valor la muralla. Una mejor iluminación, la limpieza de sus paramentos y la visita a su interior deberían ser una prioridad patrimonial para el Ayuntamiento habida cuenta de la importancia del monumento. Un paseo por ciudades como Lugo, Barcelona, Salamanca o Ávila serviría de ejemplo para comprobar cómo sacarle el máximo partido a un monumento que es parte de la identidad de la ciudad.


Al igual que lo es la Puerta de la Macarena, la única junto con el Arco del Postigo que se conservó. El valor sentimental de este acceso lo salvó de la piqueta y lo convirtió en el mejor testigo del rico y variado conjunto de puertas que tuvo Sevilla. La fisonomía actual del Arco de la Macarena no es ni mucho menos almohade ya que en el siglo XVIII la puerta de Bab al Makrin fue dotada de todo un repertorio clásico formado por pilastras y elementos decorativos barrocos. Nada queda por tanto del primitivo acceso en recodo pero sí del alma del edificio, que sigue siendo islámico en su interior.



Culminamos aquí el largo paseo por el tramo mejor conservado de la muralla almohade con la esperanza de que algún día se cumpla la promesa municipal de poner realmente en valor el monumento para que los ciudadanos podamos recorrer su barbacana y visitar sus torres.





La próxima y última entrega tratará sobre los restos de la muralla que recorrían el tramo más conflictivo de la ciudad, el paralelo al río Guadalquivir.


Ver 'Las murallas de Sevilla (I): El Puerto almohade' (enlace)
Ver 'Las murallas de Sevilla (II): El Real Alcázar' (
enlace)
Ver 'Las murallas de Sevilla (III): El Callejón del Agua' (
enlace)
Ver 'Las murallas de Sevilla (V): La Defensa contra el Río' (enlace)