domingo, 17 de octubre de 2021

La aparición de la muralla romana resuelve el gran misterio arqueológico de Sevilla

La construcción del siglo III, cuyo trazado hasta ahora era algo hipotético, realmente se halla frente al Ayuntamiento, a 2,10 metros bajo el suelo.

Un obrero, ante la parte exterior de la muralla romana hallada en Sevilla

Desde que nació la arqueología como disciplina histórica, a mediados del siglo XVIII, los investigadores han lanzado las más variadas hipótesis sobre el recorrido de la muralla de la colonia Rómula Híspalis, una gran obra citada por Julio César y por otras fuentes escritas, pero que nadie, hasta ahora, había encontrado. En el número 11 de la plaza de San Francisco, frente a la fachada plateresca del Ayuntamiento de Sevilla, a 2,10 metros bajo el nivel actual de la calle, han desenterrado grandes sillares de piedra caliza. Alvaro Jiménez, director de la intervención arqueológica del proyecto para la construcción de un hotel, empezó a excavar desde ahí, bajando casi tres metros más hasta alcanzar un segmento lineal de 9,30 metros de muralla de mediados del siglo III.

La construcción está realizada con sillares de piedra caliza procedente de los Alcores y opus caementicium [el hormigón romano] en el tramo que ha podido descubrirse durante las obras de construcción del sótano de servicios de un hotel de cinco estrellas gran lujo que abrirá en septiembre de 2022.

“Es la primera vez que se encuentran restos de muralla romana en Sevilla y que podemos constatarlo científicamente”, explica el arqueólogo ante los restos ahora protegidos, que desde la cimentación alcanzan los 2,5 metros de altura. “Además, es sorprendente que, a mediados del siglo III, en un periodo supuestamente de crisis, se construyera una estructura tan potente como esta, con una anchura total de 4,80 metros, resultado de la suma de un zócalo de 1,70 metros de altura y del alzado conservado de la muralla, de 3,25 de ancho”, añade Jiménez.

El refuerzo del zócalo pudo funcionar como defensa ante las crecidas del río Guadalquivir, cuyo cauce en el siglo III pasaba a unos 40 metros de la estructura desenterrada, como ha podido comprobarse por los sedimentos aluviales hallados durante la excavación. “La longitud de lo que hemos descubierto es el ancho de la parcela, pero todo indica que la muralla continúa en el número 10 y en el 12″, afirma Jiménez.

El arquitecto director de la obra, David González, ha modificado el proyecto para incluir el segmento de muralla que hallaron en abril. “Esto es una gran obra de orfebrería. Hemos incluido un gran patio en el hall del hotel que tendrá una vista cenital de la muralla, que también podrá verse frontalmente desde el sótano a través de un vidrio”, ha explicado este jueves. De la puesta en valor de la muralla romana se encargarán el arquitecto Alfonso Jiménez y el arqueólogo Fernando Amores siguiendo las indicaciones de la Comisión Provincial de Patrimonio Histórico de Sevilla. “El hallazgo es de una gran trascendencia patrimonial, puesto que es la primera vez que se encuentra un lienzo de muralla romana en Sevilla. Lo que hasta ahora había sido arqueología de ficción, ahora es algo incuestionable”, ha afirmado el arqueólogo de la Consejería de Cultura José Manuel Rodríguez Hidalgo.

“Esto es un sueño cumplido y, además, una gran sorpresa por la fecha, el siglo III. Hay indicios de que en época romana se debieron levantar varios recintos de murallas en Híspalis, pero hasta ahora no teníamos certezas arqueológicas”, reflexiona Fernando Amores quien, entre 2003 y 2011 dirigió la excavación del Antiquarium, una gran parcela de 7.000 metros cuadrados en pleno centro de la ciudad en la que se halló una manzana de casas romanas de los siglos I al V y una potente estructura de sillares que, en un principio, Amores identificó como parte de la muralla romana del siglo I, pero que también podría tratarse de parte de la base un gran mausoleo de época de Augusto, desmontado parcialmente para reutilizar sus sillares.

Desde el siglo XV, cuando se confundió la cerca andalusí del siglo XII [de la que actualmente se conserva el 30% de su perímetro] con la romana, los arqueólogos han presentado multitud de hipótesis sobre el trazado del cerramiento romano, pero basadas en evidencias que han resultado erróneas o dudosas. Una de las últimas, que incluye los descubrimientos del museo Antiquarium, es la presentada por el Daniel González Acuña en 2011 [incluida en el gráfico] y cuyo trazado no coincide con el tramo ahora descubierto.

El hallazgo se publicará en un artículo científico sobre las murallas de Hispalis, firmado por Amores y Jiménez en el libro que la Universidad de Southampton (Reino Unido) dedica a la memoria del arqueólogo británico Simon Keay, especialista en el Imperio romano. “Falleció el pasado abril, pocos días antes del descubrimiento. A él le sorprendía el que algunos arqueólogos españoles formularan sus teorías sin datos”, apunta Amores, profesor de Arqueología de la Universidad de Sevilla que ha asesorado a Jiménez en esta intervención. “Hasta ahora todas las evidencias de muralla que se habían publicado eran especulaciones, pero esto es una certeza”, añade con rotundidad. Los expertos consideran el hallazgo especialmente interesante porque también se ha podido excavar parte del espacio intramuros, ya que la trasera del solar excavado da a la calle Álvarez Quintero 36.

Vista general de la parcela del número 11 en la plaza de San Francisco de Sevilla con el lienzo de muralla romana descubierta. 

En el espacio extramuros, es decir en dirección a la actual plaza de San Francisco, la muralla aparece rodeada por un pomerium, una línea imaginaria definida legal y religiosamente alrededor de la muralla, que marcaba el límite sagrado de la ciudad y sobre la cual estaba prohibido construir. “El suelo original está a cinco metros de profundidad del actual. Y el cauce del río Guadalquivir ha variado a lo largo de los siglos acercándose o alejándose al borde de la ciudad romana, pero nunca la ha traspasado”, afirma Jiménez, quien el pasado año estuvo al frente de la recuperación de un baño islámico del siglo XII en el bar Giralda, oculto tras una reforma del XVII.

“A partir del siglo XI, con el auge constructivo de Al-Mutamid, los sillares de la muralla se reutilizan en otras construcciones y la orilla del río, cuyo cauce se había desplazado a la izquierda, es ocupada por una necrópolis musulmana”, explica Jiménez. La existencia del cementerio se conocía desde 2006, cuando aparecieron unas 80 inhumaciones durante la construcción del Metrocentro.

En la excavación, en la que también han trabajado antropólogos, geólogos y especialista en materiales cerámicos, han aparecido seis enterramientos del siglo XI, uno de ellos, el de una muchacha de 18 a 20 años, que permanecía intacto con una maqabriya (monumento funerario musulmán).

El cauce del Guadalquivir, que variaba según el nivel del mar, en época romana transcurría por las actuales Alameda de Hércules, calles Amor de Dios, Sierpes, plazas de San Francisco y Nueva y seguía hasta juntarse con el arroyo Tagarete donde hoy está la torre del Oro, bastión defensivo de la muralla andalusí. De forma que ambos cauces abrazaban Sevilla convirtiéndola prácticamente en una isla hasta que a mediados del XIX el Tagarete se abovedó en el subsuelo.

Intramuros, en la actual calle Álvarez Quintero que está cuatro metros por encima de la plaza de San Francisco, el arqueólogo ha constatado la existencia de seis niveles de ocupación de una calle formada tras la construcción de la muralla, que va sumando unos 20 centímetros con cada uno, hasta que se abandona en el siglo VI. Parece que en época visigoda esta parte de la ciudad se contrae y no se habita de nuevo hasta el XI, cuando vuelve a ocuparse hasta la actualidad. “Es una calle terriza, compactada con trozos de ladrillo, cerámica y grava. Intramuros, adosada a la muralla, hay una casa tardía, de los siglos IV y V, con un patio de 4 x 4 metros solado con ladrillo cocido. Este edificio también está construido con sillares de Alcor, pero no proceden del desmontaje de la muralla, sino de otras edificaciones romanas”, comenta Jiménez. De momento, desde la prudencia que les inspira el desaparecido profesor Keay, los arqueólogos no proponen un trazado más allá de lo descubierto.

Imagen del proceso de excavación del enterramiento islámico, que puede verse junto a los dos obreros.

El proyecto, promovido por la empresa madrileña Millenium Hotels Real Estate, aúna dos viviendas regionalistas de principios del siglo XX en plaza de San Francisco, más otra de la década de los ochenta en calle Álvarez Quintero que suman 694 metros cuadrados de planta. La del número 11, obra de Juan Talavera y Heredia, es la que integrará la muralla, mientras que en el 12, de José Espiau y Muñoz, se ha respetado “la esencia de esta casa sevillana, pero con actuaciones del siglo XXI”, apunta González.

Según el arquitecto, la promotora del proyecto entendió desde el momento del hallazgo la necesidad de conservar la muralla. La inversión total para convertir los tres inmuebles en un hotel con 25 habitaciones y 3.100 metros cuadrados construidos es de 11,5 millones de euros. 



jueves, 12 de marzo de 2020

Crónicas urbanas: Centro Arqueológico de San Juan de Aznalfarache


Nada más salir del ascensor que comunica la estación de Metro 'San Juan Bajo' con la Barriada del Monumento, un sillar de piedra y una plancha metálica que indica por dónde pasaba la muralla romana del municipio te da la bienvenida. Hacía mucho tiempo que tenía ganas de conocer el Centro Arqueológico de San Juan de Aznalfarache, construido tras la aparición de diferentes estructuras turdetanas, romanas e islámicas durante las obras de la Línea 1 del Metro.


El estudio de Arquitectura Campos Alcaide fue el encargado de levantar el edificio que iba a acoger estos restos, dotándolos de un sentido museológico que permitiera al visitante conocer el pasado milenario de San Juan. El edificio se divide en dos volúmenes a nivel de calle atravesados por un desfiladero que rememora la vaguada que dividió históricamente los dos cerros que conforman San Juan de Aznalfarache. Puerta de acceso a la ciudad de Sevilla, este privilegiado punto se convirtió rápidamente en un recinto fortificado desde el que proteger el camino y controlar el comercio que se extendía por el río Guadalquivir.


Los restos aparecidos se remontan al período Turdetano, en torno al siglo III a.C., cuando en este emplazamiento se ubicaría el oppidum de Osset. De este época se conserva parte de un lagar que evidenciaría la temprana relación comercial del aljarafe sevillano con otros puntos del Mediterráneo a través del famoso Lago Ligustino. A los pies del cerro de San Juan se ubicaría un puerto comercial que ya en época romana alcanzará cierta vitalidad y que estaría relacionado con el cercano puerto de Hispalis.


El Centro Arqueológico conserva restos arquitectónicos de tres períodos distintos, el Turdetano (siglo III a.C.), el romano (con parte del foro de la ciudad Osset Iulia Constantia) y almohade, cuando en esta zona se construye una gran muralla con su correspondiente puerta de acceso para controlar el trasiego que iba y venía de Isbiliya.



El edificio hace de la diafanidad su gran virtud, con apenas apoyos para facilitar la conservación de los restos y permitir la mejor visión al visitante a través de las pasarelas. El hecho de colocar las pasarelas en el aire y con suelo de rejilla permite observar los elementos que quedan debajo, algo evidente en un yacimiento arqueológico, pero que no siempre se cumple.

    Muros que sostenían la puerta principal de la fortaleza almohade 

La visita comienza con dos audiovisuales que ponen al visitante en situación. El primero hace un recorrido por la evolución del lugar, narrando la aparición de los restos y su posterior musealización mientras que el segundo se detiene más en la historia de San Juan de Aznalfarache y cómo ha ido variando su fisonomía con el paso de los siglos. Los primeros restos de envergadura son la gran puerta de acceso a la ciudad islámica, Hins-al-Faray, una alcazaba remodelada en época almohade por el califa Abu Yusuf al Mansor, que se asienta sobre una construcción anterior de época taifa, cuando los reyes sevillanos levantaron en esta zona una residencia palatina.

Vista general de los restos almohades desde el interior de la ciudad de Hins-al-Faray

Como en todo yacimiento arqueológico, los restos aparecidos sirven para dar a conocer el día a día de la gente que pobló la zona excavada. No sólo las tumbas proporcionan una interesante información sobre enfermedades o el tipo de alimentación, sino que diferentes objetos como joyas, utensilios o sandalias nos hablan de cómo vivían nuestros antepasados. En San Juan de Aznalfarache además de una importante necrópolis islámica se ha encontrado un variado repertorio de objetos como ánforas para el transporte del vino y el aceite o restos arquitectónicos y decorativos del foro imperial romano, que estuvo ubicado también en esta zona.


La ciudad romana de Osset Iulia Constantia llegó a tener una gran vitalidad comercial como atestigua el hecho de que acuñara su propia moneda y que hayan aparecido restos de villae domus, las residencias de los ricos comerciantes. Tras la conquista romana, el asentamiento turdetano primitivo no sólo se mantuvo, sino que sirvió de base para la ampliación de la ciudad, que se extendió hacia el otro cerro que conformaba el núcleo de la ciudad. Se puede diferenciar, por tanto, una vetus urbs y una nova urbs, como ocurre en Itálica.

Fragmento de mosaico aparecido en una villa romana en otra zona de San Juan 

Muralla de tapial de época almohade (siglo XII) 

De época romana apenas se conservan restos de relevancia ya que los grandes muros de tapial que se pueden ver son del período almohade, pero sí que han aparecido algunos muros de piedra y una interesante alberca que formarían parte del foro, la plaza central de toda urbe romana donde se concentraban los edificios más importantes (templos, curia, basílica). Poco se sabe de estos edificios pero sí que se ha podido documentar que la ciudad islámica se superpuso a la romana, reutilizando sus estructuras e intensificando el uso de este privilegiado enclave.

Alberca ubicada en el centro de la plaza del foro romano de Osset Iulia Constantia


La visita al centro arqueológico de San Juan de Aznalfarache se hace amena y entretenida gracias al material didáctico empleado. Sin duda, un gran atractivo para la ciudad que permite dar a conocer un importante pedazo de nuestra historia, en ocasiones demasiado centrada en la metrópolis a pesar del importante papel que jugaron las ciudades que tenía alrededor.

Imagen que muestra la superposición de épocas. Muros almohades (siglo XII) sobre el foro romano (ss. I-II d.C.)

El Centro Arqueológico de San Juan se puede visitar, durante este mes de julio, los martes y jueves de 10 a 13 horas. En agosto estará cerrado para recuperar su horario habitual en septiembre.

Puerta de Marchena del Alcázar de Sevilla


En julio de 2013 se presentó la restauración de la puerta de Marchena de los Reales Alcázares de Sevilla. Este elemento arquitectónico perteneció al palacio que el duque de Arcos poseía en la localidad sevillana y que posteriormente, ya en el siglo XVII, pasó a manos del Ducado de Osuna. Su construcción se remonta a finales del siglo XV, en época de los Reyes Católicos, y parte de la decoración (como las dos figuras que sostienen los escudos nobiliarios de la familia) se atribuye a Esteban Jamete, siendo labrada ya en el siglo XVI.



La portada llega a Sevilla gracias a la intervención del rey Alfonso XIII, que la compra en 1913 y decide instalarla en el Alcázar sevillano para comunicar esta parte de los jardines con el palacio Gótico. La destrucción del palacio de Marchena viene aparejada a la ruina económica de la familia ducal de Osuna que, a finales del siglo XIX cayó completamente en desgracia, acumulando unas deudas insalvables. Todo su patrimonio (tanto mueble como inmueble) fue expoliado y vendido al mejor postor. 



En 2013 también se restauró el frontal del Palacio Gótico que da al Jardín del Crucero, obra de Sebastián van der Borcht. Esta fachada, así como la nueva composición del patio, se lleva a cabo tras el terremoto de Lisboa de 1755, ante el peligro de derrumbe que existía en esta zona del edificio, de las más antiguas. Van der Borcht construye esta soberbia fachada y le da una nueva configuración al patio delantero, eliminándose el crucero con arriates que existían desde época medieval. La estructura de este espacio es sumamente interesante ya que debajo del paseo central se hallan los baños de doña María de Padilla. Hasta el siglo XVIII estos baños estaban cubiertos por las bóvedas de crucerías que podemos ver hoy en día pero los laterales estaban a cielo abierto, decorados con pinturas murales y plantas aromáticas. Con la remodelación de Van der Borcht, lo que antes estaba al aire libre quedó cubierto, creando el criptopórtico que vemos hoy. Esta actuación ha creado serios problemas de humedad en la parte inferior que han hecho desaparecer prácticamente las pinturas murales.


ALGUNOS DATOS MÁS SOBRE ESTA MAGNÍFICA PORTADA

La portada de estilo gótico final que hoy hermosea los jardines del Alcázar sevillano procede de Marchena, concretamente del palacio Ducal cuya Plaza de Armas es hoy la marchenera Plaza Ducal[1]. Allí estuvo ubicado el palacio de los Duques de Arcos y posteriormente propiedad del Duque de Osuna a partir del S. XVII. La obra pertenece a la época de los Reyes Católicos, siendo un ejemplar interesante de dicho estilo con decoración gótica y elementos renacentistas abundando los motivos heráldicos. Se puede fechar sobre el año 1492 y se podría asignar a la producción del artista Juan Guas tanto por motivos estilísticos como por la relación de este arquitecto con los linajes propietarios del palacio. La portada, que no daba acceso a ninguna estancia de la casa sino a un patio apeadero, sufrió una modificación en la década de los años 1540 añadiéndose la reja de la parte superior y las figuras de salvajes que portan escudos con armas heráldicas señalando el nuevo linaje propietario del señorío.

La portada, en palabras de Juan Luis Ravé, sigue en su composición las estructuras típicas del mudéjar civil caracterizado por líneas verticales que enmarcan la portada, vano adintelado para el acceso, aparición de alfiz, decoración profusa propia del estilo y remates en cornisa que sigue las plantas de los retablos góticos de batea. Se estructura con pináculos laterales y dos figuras de salvajes en las jambas que sostienen sendos escudos heráldicos con las armas de los Ponce de León el de la izquierda y de los Figueroa y Fernández de Córdoba el de la derecha. El autor de estas esculturas es Esteban Jamete y se pueden fechar en torno a 1544. La puerta, sobre la que aparece un león, es adintelada y se remata con un arco conopial sobre el que se coloca un antepecho calado[2]. De nuevo aparecen en la parte superior motivos heráldicos: un águila y un león en el remate de loa pináculos, “símbolos que aluden a los ideales de la institución señorial: poder terrenal y altura espiritual”[3]. También aparecen de nuevo escudos heráldicos que llevan las armas de los Ponce de León y del linaje de los Pacheco. Para el profesor Morales este detalle hace pensar que tal vez la portada se hiciese durante la minoría de edad de don Rodrigo Ponce de León, primer Duque de Arcos, dado que su abuela paterna y tutora era doña Beatriz Pacheco cuyas armas aparecen en la portada[4].

Fue colocada en este lugar en el verano del año 1913 por deseo del rey Alfonso XIII cuando desapareció el palacio Ducal. El arquitecto que dirigió está empresa fue don Vicente Traver y Tomás. La puerta de Marchena fue despiezada "in situ" y montada de nuevo en los jardines del Alcázar para comunicar la llamada Huerta del Retiro con el jardín de la China. La puerta fue adosada a la Torre del Enlace y adquirida con su peculio particular por S. M. el rey Alfonso XIII en la subasta de los bienes de la Casa Ducal de Osuna siendo comprada en su nombre por don Benigno Vega Inclán y Fratel, Marqués de Vega Inclán, académico de la Historia y gran especialista en jardines[5]. La puerta costó en total 8.850 pesetas incluidos los gastos de desmontaje y embalaje.

El palacio de los Duques de Arcos ocupaba el sector urbano más emblemático de Marchena, frente al Ayuntamiento, encontrándose hoy en su lugar un bloque de viviendas. “ La portada venía a cumplir en el conjunto de la alcazaba una doble función: separar el área pública del castillo del área privada y darle de una entrada representativa”[6].

Tras la muerte el dos de junio de 1882 de don Mariano Téllez Girón, Duque de Osuna, con unas deudas que sumaban los 43 millones de pesetas los acreedores se lanzan como aves de rapiña sobre uno de los mayores patrimonios nobiliarias que aún quedaban en España. Los prestamistas toman lo que pueden pues la quiebra era total. Ahí comienza el expolio del palacio ducal puesto en manos de anticuarios y comerciantes y hasta sus piedras y mármoles se emplean para edificar casas en la localidad. Del palacio, que tuvo tres plantas con una gran portada barroca y entre sus muros tapices de Rubens y cuadros de El Greco y de Ribera e incluso albergó dos conventos no quedó piedra sobre piedra y hoy día solo conservamos el apeadero, patio de carruajes, parte de murallas y la puerta del Tiro de Santa María. La portada estuvo a punto de salir de España pero el buen criterio del Rey lo impidió al comprarla para su alcázar sevillano. El magnate de la prensa norteamericano Willian Randolph Hearst intentó comprar para su castillo la portada en 1912 pero el Rey ejercicio el derecho de retracto en nombre del Estado español por mediación del Marqués de la Vega Inclán como hemos indicado anteriormente. Aunque no llegó a llevarse la portada si que logró hacerse con dos artesonados, localizados en su castillo californiano de San Simeón por el profesor de la Escuela de Arquitectura de Madrid don José Miguel Merino de Cáceres. Dicho castillo es hoy día todo un museo, contando con obras de artes de todas las épocas y entre ellas 87 artesonados procedentes de España. La portada principal de su castillo es una reproducción de la puerta marchenera que no logró llevarse. Los artesanados y frisos que hoy tiene la escalera que da al patio de la llamada Casa de la Condesa de Lebrija provienen también del mismo palacio marchenero, según la propia doña Regla Manjón afirma.


NOTAS:
[1] El estudio más completo sobre esta portada se puede ver en el capítulo que le dedica Juan Luis Ravé dentro del libro publicado por el Ayuntamiento de Marchena que recoge las Actas de las V Jornadas sobre Hª de Marchena, en su Volumen V.
[2] El gran arco conopial de esta portada guarda grandes similitudes con los de las iglesias vallisoletanas de San Pablo y San Gregorio.
[3] RAVÉ, Juan Luis: op cit pag 126
[4] MORALES, Alfredo: El Real Alcázar de Sevilla. Editorial Scala 1999. Pag 118
[5] El Marqués de Vega Inclán, vallisoletano de nacimiento, fue director de la Comisaría Regia del Turismo con Alfonso XIII, antecedente del actual Ministerio, y bajo su mandato se reurbanizó el barrio de Santa Cruz y se añadieron en los jardines del Alcázar la llamada Huerta de Retiro.
[6] RAVÉ PRIETO, Juan Luis: Actas de las V Jornadas sobre Historia de Marchena. Volumen V. Ayuntamiento de Marchena. Marchena, 2000. Pag 125


El antiguo acceso al Alcázar (siglo XI)


La apertura de la actual calle Joaquín Romero Murube (antigua Alcazaba) en 1961 permitió recuperar la muralla y torres del primitivo Alcázar de época taifa. En uno de los tramos del muro, el más cercano a la Plaza de la Alianza (bello nombre que a punto estuvo de desaparecer) nos encontramos una puerta cegada, medio hundida entre la maleza. Se trata del primitivo acceso al recinto fortificado construido en el siglo XI, más cerca del barrio de Santa Cruz que el actual alcázar cristiano que se visita desde la Plaza del Triunfo.


Retazos de la historia de la ciudad que podemos completar con la visita al Foro de la Biodiversidad, institución que el CSIC puso en marcha hace unos meses en una de las casas del Patio de Banderas, en concreto en el número 16. La sorpresa nos la llevamos cuando a través de un angosto pasillo desembocamos en lo que actualmente es el salón de actos del edificio.


Y allí nos la encontramos, majestuosa, imponente, la primitiva puerta del alcázar taifa construido en el siglo XI. Lo que vemos es justo la parte interior de esa puerta cubierta por la maleza de la calle Romero Murube. En el interior de este edificio de 1876 podemos disfrutar de parte del acceso en recodo que formaba el acceso al recinto palaciego. Los musulmanes no solían construir las puertas a eje con el interior del edificio, siempre había que sobrepasar varios quiebros para impedir y dificultar el asedio. Por ello, una vez cruzábamos la puerta que se conserva nos encontrábamos un primer vestíbulo abierto en el que debíamos girar a la derecha para poder entrar al Alcázar. Esto posibilitaba la defensa en caso de asedio ya que desde los altos muros se podía mermar al ejército invasor, que se veía obligado a pasar por un reducido acceso y se encontraba con un muro que le obligaba a perder tiempo en derribar una segunda puerta, tiempo que los defensores utilizaban para contraatacar desde arriba.


La puerta conserva el arco de herradura exterior, el interior se ha perdido mostrando únicamente el arranque del mismo. Llama poderosamente la atención el muro, construido a base de piedra y argamasa, nada que ver con los lienzos de tapial de la muralla de la Macarena, de época almohade (siglo XII). Precisamente fueron los almohades los que cegaron este acceso, trasladando la puerta principal hacia Puerta de Jerez (arco de San Miguel y calle Miguel Mañara).





Los dos agujeros que vemos en la parte superior se utilizaban en caso de asedio, lanzando por ellos aceite hirviendo contra los atacantes.



La espectacular visita culmina con esta maqueta donde podemos contemplar cómo era la puerta en el siglo XI, con su juego de quiebros y su sistema defensivo.





Sin duda otro ejemplo más de la Sevilla oculta, esa Sevilla que, por desconocida, nos asombra todavía más y que no sólo nos muestra su riqueza histórica, sino que nos da una idea de las posibilidades que tiene de cara al turismo cultural y patrimonial.


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lunes, 9 de marzo de 2020

V. La Defensa contra el Río


Pavimento que indica la presencia de la muralla en la calle Lumbreras 

La muralla de Isbiliya no tuvo únicamente una función defensiva contra los ataques de los invasores del norte (castellanos) y del sur (sublevaciones contra la dinastía almohade) sino que jugó un papel fundamental en la protección de la ciudad contra la continuas riadas del río Guadalquivir y sus principales afluentes, el Tamarguillo y el Tagarete. Por ello, el tramo de muralla que discurría paralelo al río por la actual calle Torneo fue constantemente embestido por el agua y necesitado de continuas reparaciones.


Muralla de la calle Goles 

Quizás éste sea el sector en el que menos restos monumentales hayan pervivido. En diferentes obras realizadas a lo largo de las últimas décadas han aparecido los restos de hasta tres fragmentos de la muralla almohade que, a pesar de seguir enterrados a día de hoy, han sido distinguidos en la superficie para marcar su ubicación: la Puerta de la Barqueta, junto al Parque de los Perdigones, el muro de la calle Lumbreras y la Pueta de Triana. Precisamente, en la zona de la Puerta de San Juan (entre las calles Lumbreras y antigua Guadalquivir) apareció hace unos años todo un barrio, el conocido como San Juan de Acre, durante las obras de construcción de un polideportivo. Lamentablemente el barrio fue documentado y posteriormente destruido para construir el aparcamiento subterráneo del centro deportivo.


Mejor suerte tuvo el lienzo de la calle Goles, apenas unos metros de fábrica de ladrillo y tapial que han sido recientemente restaurados por la Gerencia de Urbanismo y que gozan de un magnífico estado de salud tras años de abandono. Este tramo indica a la perfección cómo el callejero de la ciudad ha utilizado la muralla bien para apoyar los nuevos edificios o bien para disponer calles en donde antes había muro.


La muralla de la calle Goles (embutida en parte en algunas casas) llegaba a la Puerta Real, de la que apenas se conserva un trozo pero dónde podemos ver varios detalles interesantes como el azulejo que recrea el aspecto de esta puerta antes de su derribo en 1864.

Restos de la Puerta Real en la calle Alfonso XII

También podemos ver una placa de mármol que hace referencia al rey Felipe II que hizo su entrada en la ciudad precisamente por esta puerta (de ahí su nombre) rompiendo la tradición de sus antepasados que llegaban a la ciudad por el norte, haciendo noche en el monasterio de San Jerónimo para después entrar a la ciudad por la Puerta de la Macarena y recorrer la calle San Luis hacia el corazón de la ciudad. Además, en estas imágenes podemos discernir el recrecido que se hizo de la muralla en el siglo XVI para adecuarse al nuevo nivel de la calle. En la parte inferior se observa el tapial con las primitivas almenas y por encima el recrecido, construido en ladrillo y con un nuevo sistema defensivo. Esta zona de la ciudad se caracterizaba por ser muy inestable ya que al otro lado de la muralla se encontraba un muladar, un estercolero que llegó a alcanzar varios metros de altura. En el siglo XVI Hernando Colón, hijo del descubridor de América, levantó en este espacio su propio palacio, una espectacular mansión renacentista que se construyó sobre el muladar una vez aplanado. Sin embargo, poco tiempo aguantaría en pie el palacio ya que la riada de 1603 hizo que la inestable tierra se moviera y se viniera abajo el edificio. Unos años más tarde se levantaría aquí el convento de San Laureano que aún se conserva en parte.


Nuestro recorrido debe hacer un alto en el camino en el famoso puente de barcas, el puente que construyeron los almohades para comunicar la ciudad con el arrabal de Triana. Este acceso a la ciudad, que tendría su propia puerta en la zona donde confluyen las calles Reyes Católicos y San Pablo, se protegería con una gran alcazaba que hoy conocemos como castillo de San Jorge y que formaba parte del sistema defensivo de la ciudad, una red de fortalezas y murallas que tenía su primer bastión en Hins al Faray (San Juan de Aznalfarache).


En el interior del Centro de Interpretación del Castillo encontramos toda la información necesaria para hacernos una idea de cómo fue esta potente construcción levantada en el siglo XII para defender la ciudad de los ataques castellanos y que tras la creación de la Inquisición se convirtió en su temible sede.

Barbacana de la alcazaba islámica que la protegía de las crecidas del río 

Entre el material gráfico que documenta la visita encontramos varias imágenes de cómo fue este castillo y su evolución con el paso de los siglos.


Regresando a Sevilla recuperamos el recorrido en la Puerta de Triana cuyos restos aparecen marcados en el pavimento de la calle San Pablo. Desde aquí el muro continuaba por la calle Zaragoza (en la Casa de los Leones se conserva un pequeño tramo) para seguir por la calle Castelar hasta la Puerta del Arenal, que estaba en la calle Arfe. El siguiente hito que nos encontramos es el Postigo del Aceite construido en 1107. De su origen islámico como Bad al Qatay (puerta de Barcos) sólo queda el armazón ya que entre 1572 y 1573 fue profundamente remodelada por Benvenuto Tortello para darle su aspecto actual, con el escudo de la ciudad en su parte interior.

La salvación de esta puerta se debe a la lentitud de la justicia, a la que por una vez, debemos agradecer su demora. Cuando en el año 1866 el Ayuntamiento ordenó el derribo de la puerta, su legítimo dueño, el duque de Medinaceli, se negó a obedecer la orden y comenzó un pleito contra el Ayuntamiento que se alargaría durante años. Pasaron los años, los pleitos continuaron y la puerta se salvó dejando para la posterioridad una estampa similar a la que podemos ver en grabados de los siglos XVI y XVII.

Esta puerta estaba unida a un tramo de muralla, el que venía por la calle Arfe, del que a su vez partía un lienzo secundario que llegaba hasta la mezquita aljama y que aún podemos ver en la Plaza del Cabildo donde milagrosamente se salvó este trozo de muro tras los derribos acometidos durante las primeras décadas del siglo XX con motivo de la construcción de la Avenida de la Constitución.
Lienzo de muralla almohade en la Plaza del Cabildo 

Hacia el otro lado del Postigo del Aceite la muralla prosigue paralela al río sirviendo como apoyo de las Atarazanas de Alfonso X el Sabio, cuyas arcadas se apoyan en el muro del siglo XII y dónde aún es posible ver los restos de algún torreón. Este tramo de la muralla es visible también desde las viviendas y comercios de la calle Tomás de Ibarra, que tienen como pared de fondo el espectacular muro de tapial almohade.

El recorrido llega a su final precisamente donde empezamos, en la calle Santander, donde estaba el Postigo del Carbón, otro de los accesos secundarios a la ciudad almohade y que también fue víctima de la piqueta decimonónica.

Con este quinto reportaje culminamos el especial que le hemos querido dedicar desde Cultura de Sevilla a las murallas de la ciudad. Mucho se ha escrito sobre las puertas derribadas, pero no es tan frecuente prestar atención a los fragmentos que seguimos conservando. Con estos reportajes hemos querido ponerlos en valor y animar a los lectores a conocerlos y disfrutar de ellos. Por último, no podemos dejar de solicitar a la administración correspondiente que se dote a todos estos lienzos de muralla de una cartelería que explique lo que son y contribuya a su reconocimiento. La necesidad de restaurar algunos tramos es evidente, pero también lo es dar a conocer qué son estos muros diseminados por la ciudad y su importancia histórica.


Ver 'Las murallas de Sevilla (I): El Puerto almohade' (enlace)
Ver 'Las murallas de Sevilla (II): El Real Alcázar' (
enlace)
Ver 'Las murallas de Sevilla (III): El Callejón del Agua' (
enlace)
Ver 'Las murallas de Sevilla (IV): la Ronda Histórica' (enlace)

Y gracias de nuevo a Antonio Arteaga por su colaboración y ayuda en estos reportajes.